domingo, 17 de agosto de 2014

IRREALIDAD

Mirar por la ventana cuando el calor asfixia y el mar viviendo enfrente se cabrea con los vientos y las espumas es inquietante si se acompaña de la caricia sutil de una mano ardiente y generosa. Solo esa mano quieta y apretando podría ser un testigo de una presencia no precisa.  No se sabía si en ese gesto o numen había tedio o costumbre, relajación de amor sublime o hastío, o únicamente futuros no consumados. Mirar a través de cristales que no se habían limpiado en meses era como la inercia de una relación mantenida sobre las fuerzas de la no consumación y de la luchas dialécticas que se enfrentan.

La muerte estaba muy cerca pero lo estaba más la fragilidad de las raíces de una relación que nunca quiso sostenerse. Yo empezaba en Londres ese año la continuación de mi graduado y él no lo quería admitir como la posibilidad de un nuevo comienzo o de un fin definitivo. Los silencios y los espacios se constituían en la necesidad diaria ante la impotencia de expresar una voluntad y una decisión que, tal vez, ninguno quería. El seguía tumbado a mi lado sin decir una palabra y tocándome con una rutina y cansancio ardiente y generosa.