domingo, 2 de junio de 2013

Maldita calle. Empinada, como cualquier calle de las entrañas marginales de Las Palmas. El ambiente que nos cubría desde hacía cuatro días estaba rebosante de un sopor y una pesadez cálida, húmeda e infernal, radicalmente insoportable. Me costó llegar a la puerta de la prisión del Salto del Negro. Desde las 6 de la mañana estuve preparándome para ese viaje. Hacía dos años, creo, que no le veía.

¡Qué demencial, desvencijado y descuidado lugar¡ Ya la guagua que nos dejó a casi 50 metros de la puerta me pareció el vestíbulo del desorden, de lo que está perdido y dejado a la fatalidad. Los sentimientos que me causaba la simple idea de poder estar en una cárcel eran: de cansancio, miedo, excitación, incluso morbo y esa desequilibrada sensación que me provoca la obsesión de lo dramático, de lo definitivo,de lo inevitablemente cruel. Tomé la decisión de visitarle hacía un mes. Añoraba su sexo. Su paternidad. Su seguridad. A él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario