sábado, 29 de junio de 2013

Cetrino

Cetrino, aceitunado, pardo, moreno, seco, cristalino como un jarrón oriental luminoso y costumbrista de charcas, garzas y sombreros de fibra de coco, diáfano, acristalado como una copa baccarat iluminada de vino verdejo,  fibroso, tenso, tirante, correoso, anclado,  labrado, surcado, cimentado, esculpido, arrebatado, impertinente, impulsivo, imprevisible, columpio, vaivén, sobrepesado, nuboso como la costa anochecida por la humedad y la constancia de los alisios, calima, liviano, lluvia, pringoso, excitado, dulzura, brevedad, ilimitado, enfadado, ácido; así era él en su desnudez ante las batallas y los letargos de la cama, ante el trascurrir diario de los fines de semana que compartíamos.

Yeray era un atravesado. El fiel Sancho pragmático y pepito grillo malcruzado por taras infantiles de desprecios que sólo le avocaba a conspirar sin límite y a parir de forma infinita estratagemas repletas de malévolas y pérfidas ideas. ¿ Por qué Eduardo le tenía entre los amigos de confianza y accesible a sus intimidades y preocupaciones? Pues no lo sé, pero eso suponía un peligro. Algo vería Eduardo de utilidad en ello. Yo sólo veía uno de los escollos más grandes a esa aventura irracional y desquiciante que había iniciado y que sólo me podría traer problemas; y también felicidad. Siempre supe que Yeray lo sabía todo. Y que a él le hubiera gustado estar en mi lugar. Acompañando  la desnudez de su jefe, amigo y obsesión.

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